8 Un regalo de
dragones.
Al día siguiente
se celebró una pequeña fiesta en honor al recién conocido aniversario de
Murtagh y Nasuada a la cual solo estuvieron invitados Eragon, Saphira, Arya,
Firnen, Espina, Roran y Katrina, la cual se había hecho muy amiga de Nasuada en
sus repetidas visitas a la capital.
Aquella noche la
luna cubría el cielo con su brillante luz de plata mientras Eragon paseaba junto a Saphira por las calles de la ciudad.
Eragon no podía evitar esbozar una sonrisa en su rostro por todo lo que había
ocurrido en los últimos días. Pensaba en cómo sería recibida la noticia de que
había vuelto, o eso era lo que le mostraba a Saphira, mientras que en lo que realmente pensaba era en el regalo que le
había dado aquel enorme dragón multicolor la noche anterior a su partida hacia
Ilirea, aquel regalo era lo que más le preocupaba y podía hacer que perdiese
todo lo que él conocía en un instante, pero la recompensa era muy grande. En
eso era lo que pensaba Eragon cuando paso cerca de un pequeño jardín donde, en
un banco lejano cercano a un almendro, se encontraba el anciano rey surdano.
Eragon le pidió a Saphira que le esperase allí, porque tenía la sensación de
que debía de hablar de Orrin. Lentamente, se fue acercando a él y finalmente se
sentó a su derecha y se quedó contemplando las estrellas junto al rey. Este,
que seguía concentrado en su estudio de la cúpula celeste, parecía no haberse
enterado de nada cuando de pronto habló:
-
Vuestra
llegada se recordara como uno de los hechos más grandes de la historia, tanto
en Surda, como en cualquier parte de este mundo.
-
Podemos
tutearnos Orrin, no es necesario que me habléis de usted.
-
Han
sido años duros durante tu ausencia. –y mientras hablaba se le quebró la
voz- Han pasado muchas cosas.
-
¿Cuáles?
El rey enseguida
se levantó del banco, negando con la cabeza, como si se arrepintiese de haber
dicho tal cosa. Anduvo un tiempo dando vueltas alrededor del jardín hasta que
al final volvió a sentarse junto al jinete. En todo ese tiempo, Eragon observó
al anciano rey y punto por punto fue uniendo las diferentes partes hasta que
llegó a hacerse una idea aproximada de lo que le ocurría a Orrin. Después, con
cuidado, posó lentamente su mano sobre la del anciano y le miró a los ojos.
Allí no encontró ni rastro, de aquel Orrin fuerte, valiente y temerario de
aquellos años de conquista , solo a un viejo derrotado por el cruel paso de los
años. Y aunque ya sabía la respuesta preguntó:
-
¿Qué
miedo aflige tu corazón? –Orrin le miró con una cara de asombro y de
incredulidad, como si no supiese de lo que hablaba, aún quedaba un reducto del
honor que poseyó el rey, que finalmente terminó sucumbiendo ante la mirada
amable y benévola de Eragon- ¿Sabes que realmente muchas cosas de las que vemos
en el cielo son el pasado? Sí, lo es. Muchas de la estrellas que todavía
brillan allí arriba ya no existen en realidad, lo que ocurre es que la luz que
irradiaron aun nos llega, y aunque ya no estén nos siguen iluminando. ¿Me
ocurrirá lo mismo a mí, Eragon? ¿Seguiré brillando como una estrella en el
cielo tras mi muerte? ¿O pasaré a ser cenizas en el inmenso polvo de la memoria
de mi pueblo? ¿Recordaran a aquel rey con su condenado genio que les llevó a la
victoria ante el tirano, o me olvidarán y mi vida pasará a ser algo que no se
sabe si realmente ocurrió?
Hasta l apróxima semana