Decir, que mi periodo de ausencia se debe a que durante las Navidades me he trasladado para pasarlas con la familia, y eso me ha privado de internet, hubiese colgado un nuevo trozo durante esta semana, pero para hacerlo deprisa y corriendo... prefiero hacerlo en fin de semana. Y dicho esto volvemos a lo que todos nos interesa, el epílogo.
Ya que no he colgado nada en dos semanas este trozo va a ser más largo que los demás, que lo disfruteis:
Saphira estuvo un par de minutos
escogiendo las palabras necesarias para convencer a Eragon, consciente de que
serían las palabras con las que podía recuperar o perder por completo a su
jinete, cuando estuvo completamente segura dijo:
-
Un
dragón no conoce cárceles que puedan contenerlo, un dragón es libre de volar
cuando y por donde quiera. Tú me ataste las alas al nacer, Eragon, me obligaste
a ir adonde tu vayas y siempre lo hecho con gusto, pues esa cadena fue de amor
y no de esclavitud. Has sido y serás siempre mi compañero, pero el momento ha
llegado, he encontrado la llave que me libera, yo he tomado mi decisión, mi
destino no es el tuyo, volveré a Alagaësia. Sobre ti recae la carga de cerrar
de nuevo la cadena que nos una, pero para ello debes de encontrar la llave que
te libere a ti primero. No voy a esperarte esta vez Eragon, un dragón que echa
a volar nunca vuelve. He decidido volver, criaré mis huevos cuando prendan, no
los voy a abandonar, ambos sabemos lo
duro que es ser huérfano, no obligues a mis hijos a sufrir lo mismo. Rompe la
cadena que te ata aquí y montaras encima de mi grupa de nuevo como jinete y yo
como dragón, de lo contrario nuestros caminos se separan aquí y nunca se
volverán a unir. El lazo que nos une es fuerte, y no me será fácil romperlo,
pero no dudes que lo conseguiré. En cinco días partiré a Ilirea, estés tú sobre
mi lomo o no. Adiós.
En cuanto acabo de decir eso Saphira izó
el vuelo y se alejó hacia el sur, su conciencia se fue haciendo cada vez más
pequeña hasta que al final era tan difícil localizarla como encontrar una aguja
en un pajar. Entonces recibió un último mensaje: “Espero tu respuesta, estoy en
los montículos que encontramos a las dos semanas de nuestra llegada. Cuando
hayas decidido, ven solo, no intentes persuadirme, no lo conseguirás. Si en
cinco días no has venido interpretaré que tu respuesta es un no, partiré a
Ilirea sola y no volveremos a vernos”. Entonces se escapó por completo del
campo de visión de Eragon.
Esos días Eragon sufrió mucho, las
palabras de Saphira le habían marcado muy hondo, se encerró en su estudio a
pensar sobre su decisión, aunque sabía cual sería. Ni siquiera los gritos de
Murtagh al otro lado de la puerta le hicieron salir de su trance. El cuarto día
tomo su decisión: no volvería. En el momento en el que estuvo seguro fue
incapaz de controlar su cólera y su agonía y empezó a destrozar todo lo que
quedaba a su alcance, bien con magia, a espada o con sus propias manos, no
quería perderla, pero no podía hacer otra cosa.
El quinto día le explicó la situación a
Murtagh e hizo que les explicase a los jinetes su decisión y les pidió que
siguiesen a Saphira. Entonces partió hacia el montículo donde Saphira le había
señalado que estaba con la intención de despedirse de ella. Un par de horas
antes del anochecer, la encontró tumbada cerca de una roca. Eragon observó el
paisaje y se dio cuenta de que era hermoso: extensas praderas se alargaban
hasta donde alcanzaba la vista, unas montañas azules se distinguían en la
distancia, cubiertas de nieve en los picos, al oeste un bosque caducifolio
perdía las últimas hojas antes de la llegada del invierno y al este una pequeña
manada de antílopes comía plácidamente, todo parecía estar en una armoniosa
alegría, lo que hizo que Eragon se sintiese aún más triste sabiendo lo que iba
a perder. Él se acercó a Saphira, no le hizo falta decir nada:
-
¿Encontraste la
llave?
-
No,
mi sitio esta aquí, no voy a volver.
-
Adiós, Eragon.
-
Todos
volverán contigo.
-
¿Y por qué no
tú?
-
Es
mi destino.
-
Mi opinión es
que los destinos los forja el que quiere, y mi destino no es el tuyo. Adiós.
Extendió las alas y se dispuso a volar,
pero en el último instante se volvió hacia Eragon, él corrió hacia la dragona
pero ella grito “¡No!” él se detuvo
en seco. “Aquí tienes mi último regalo,
mi jinete” Una lagrima brotó del ojo de la dragona, azul y brillante.
Eragon se sorprendió nunca había visto a ningún dragón llorar así que intuyó
que esa lágrima tenía algo de mágica. Mientras caía la lágrima se dividió en
tres y a su vez en dos. Entonces Saphira abrió las alas y comenzó a volar.
Eragon la vio alejarse, cada vez más y más consciente de que no volvería a
verla, nunca más.
Se volvió, las seis lágrimas habían
dejado un rastro de tierra mojada. “¿Un último regalo?” De súbito de la tierra
mojada brotaron seis plantas de diversos colores, dos azules, dos rojas y dos
verdes, pero entre las dos que eran de los mismos colores, una de ellas
brillaba y la otra nota, de todas, la más brillante era la azul: Todas crecían
rápidamente hacia arriba, y cuando los tallos apenas habían crecido un pie de
alto, las dos azules se unieron formando una sola planta brillante que aun así
tenia dos partes una mucho más brillante que la otra, y de pronto Eragon lo
comprendió, era la historia de Saphira: la azul brillante era ella, la oscura
era el propio Eragon, las rojas eran Espina y Murtagh y las verdes Firnen y
Arya. Las plantas siguieron creciendo, ahora eran solo cinco, y rápidamente la
verde sin brillo se acercó hacia la azul pero no llegó a unirse sino que cuando
quedaban un par de centímetros siguió creciendo hacia arriba en paralelo con la
azul. Una imagen cruzó la mente de Eragon: Arya
en una oscura celda mirándolo. De
las dos rojas, que habían permanecido al margen hasta ahora la tenue se acercó
a la azul y, a la vez que la verde se entrelazó a la única azul, pero no
llegaron a unirse y continuaron creciendo. Murtagh
y él iban a caballo, mientras Saphira se adelantaba con Arya volando.
Cuando las tres plantas estuvieron a la altura de la cintura de Eragon la roja
se separó de ellos y volvió a acercarse a una velocidad estrepitosa hacia la
roja brillante, hasta que se unió a ella.
Eragon se vio a si mismo criptoviendo a Murtagh, pero en vez de verle, lo único
que encontró fue una gran oscuridad. En ese momento, las dos azules se separaron un
poco y la tenue se acercó más a la verde.
Arya y Eragon se miraban y él de pronto se puso rojo, aquella fue la primera
vez que tuvo esa sensación. Los dos tallos tenues se acercaron cada vez más
y más, y cuando iban a juntarse, rebotaron y salieron cada uno hacia su lado. Una conversación volvió a su memoria:
-
Que altos son
los árboles, cómo brillan las estrellas… y qué hermosa estás, oh Arya Svit-kona
-
Eragon…
-
Arya, haré lo
que sea para obtener tu mano. Te seguiría a los confines de la tierra.
Construiría un palacio para ti con mis manos desnudas. Haría…
-
¿Quieres dejar
de perseguirme? ¿Me lo puedes prometer? Eragon, esto no puede ser. Tú eres joven
y yo soy vieja, y eso no va a cambiar nunca.
El tallo azul volvió a unirse al
brillante y el verde se alejó, entonces la planta roja se precipito hacia ellos
y cuatro veces rebotaron, pero en las tres últimas, la azul había vuelto a
recibir la ayuda de la verde tenue. Murtagh y él montados en Espina y Saphira
combatían sin piedad en lo alto de distintos cielos. Cuando parecían que
nunca podrían volver a juntarse todas se entrelazaron: la azul, la roja y la
verde tenue dejando sola la verde brillante.
Shruikan atravesado por la dauthdaert y Galbatorix por Brisingr y después una
gran explosión. Todas se separaron de pronto Murtagh y Espina se alejaban volando mientras Eragon y Saphira los
miraban a las orillas del río Ramr y por primera vez las dos verdes
corrieron a unirse dejando así tres grandes plantas que llegaban a Eragon por
la altura del hombro. De nuevo, la verde y la azul volvieron a entrelazarse,
pero esta vez se distinguían claramente las tenues y las brillantes, las
brillantes se unieron; las tenues, volvieron a rebotar “Quédate conmigo hasta la primera vuelta del río” “Adiós Eragon, Asesino
de Sombra” y aunque de nuevo se
separaron, las brillantes tenían un color distinto al de antes, como si cada
una hubiese metido algo de si misma en la otra. Más tarde, la azul y la roja
volvieron a entrelazarse, cuando las plantas ya llegaban a Eragon varios palmos
por encima de la cabeza. Una fría mañana
de invierno, trece años más tarde de la muerte del rey, Eragon se encontraba
adiestrando un jinete humano y otro enano y Saphira con sus respectivos
dragones, entonces escuchó un rugido, rápidamente Saphira y él se encontraron y
aguardaron juntos, lo que veían no podía ser cierto, Murtagh y Espina habían
vuelto. Finalmente, la roja, la
verde y la azul brillante volvieron a correr para juntarse dejando a la azul
tenue sola “Aquí tienes, mi último
regalo” y entonces Saphira se alejó volando hacia Vroengard. Eragon sin poder contenerse más lloró y grito
de agonía, quería romper, desgarrar, matar, quería volver con ellos, pero ¿Qué
era lo que se lo impedía?¿Por qué no iba a poder volver? Y cuando esta pregunta
le pasó por la cabeza las azules, se acercaron un milímetro, nada perceptible
para el ojo humano, pero sí para el de un elfo, Eragon se acercó, pensó que lo
que había visto era producto de su imaginación, pero no era así, cuanto mas se
acercaba más se cercioraba de que lo que había visto era real. Las plantas
dejaron de crecer, ahora medían el doble que Eragon y entonces una voz profunda
le dijo a Eragon “Forja tu destino” Y Eragon lo forjó, retornaría a Alagaësia.
Entonces echo a correr colina abajo, ¡aun podía alcanzarles! Aunque él no se
dio cuenta un extraño suceso ocurrió detrás de él, A sus espaldas, las dos
plantas azules volvieron a juntarse.
Eragon corrió y corrió
como no había corrido nunca, movido por el instinto de recuperar su antigua
vida, la que el tanto deseaba y que desde hace tanto tiempo él mismo se la
había negado. Notó de repente un picor en una mano, nunca recordó exactamente
cual, Eragon por fin había abierto los ojos y había descubierto que la venda
que se los tapaba no era otra que su estupidez, y eso era lo único que le
importaba. Había adquirido mucha sabiduría, en los últimos años, pero seguía
siendo el mismo joven tonto y alocado que abandonó su aldea para vengar la
muerte de su tío. Corrió y corrió a través de la hierba, riendo, cantando y
gritando a todo el que estuviese cerca, aunque sabía que no había nadie más que
los árboles. Ya dije que era largo, con esto pongo final al tercer capítulo, la semana que viene (si puedo que no lo sé) comenzaré con el 4º capítulo en mi opinión uno de los más emocionantes.